martes, 10 de junio de 2008

Carta abierta al tío Darío

Hola querido tío.
Se que me prohibió que siguiera llamándolo tío, pero no puedo dejar de hacerlo. Por mis venas corre su misma sangre y muchas notas de mi temperamento fueron forjadas en la misma escuela en que se formó el suyo. Tampoco creo que le guste que lo llame “querido”, pero es mi mínimo agradecimiento por todo lo que me ha enseñado, por todo lo que ha significado en mi vida. A mí, a mis hermanos y a mis primos nos ha enseñado, entre muchas otras cosas, a crecer con humildad y sirviendo a los demás; a caer con dignidad; y a luchar por los ideales, como lo hizo cuando se enfrentó al abuelo, liberal anticlerical, cuando usted quiso ser sacerdote, y como lo ha hecho contra su misma religión, cuyos representantes no lo aceptan en su seno por la forma como usted ha escogido vivir.
Pero, con todo respeto, creo que se le ha olvidado que también sus sobrinos podemos enseñarle algo, y es que todos, sin excepción lo hemos aceptado tal como es, nunca ha escuchado, de parte de ninguno de nosotros, comentarios alevosos o malintencionados, como sí he escuchado de sus hermanos o cuñados, sobre usted y sus opciones de vida. Sus sobrinos hemos ejercido el don de la tolerancia con la diferencia, de la aceptación del otro como es, del respeto por las decisiones del otro así no estemos de acuerdo con ellas.
¿Sabe?, por más que me esfuerzo, no entiendo de dónde creen usted y sus hermanos, que tienen el poder para juzgar lo que hacen los demás. Cómo creen ustedes que tienen derecho a opinar sobre la vida privada de sus propios parientes. Cómo, por ejemplo usted, siendo quién es, se atrevió a juzgarme por mis matrimonios, por la educación que le doy a mis hijos, o por mis opciones de vida. ¿No le parece que se excedió?
Lo invito cariñosamente a que sigamos las enseñanzas de aquel dios hecho hombre que usted ama, cuando decía “no juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros” (Evangelio según San Mateo 7, 1-2).
Usted, al ser el menor en edad, de los miembros de la junta directiva que ha gobernado la empresa por casi cuarenta años, probablemente será el que preparará el camino para que las nuevas generaciones los sucedan. Usted tiene experiencia, fué el que se hizo cargo de suceder al abuelo en la dirección y entregarla sin traumatismos a sus hermanos menores, alguna vez le mencioné como lo admiraba por haber dado esos dos importantes pasos, garantizando la continuidad de la empresa. Pero la forma como usted me trató el pasado sábado 31 de mayo, me hace temer que usted no ha considerado que el proceso judicial que tengo con la empresa, es con ella, y no con la familia, usted ha confundido la relación empresarial con la relación familiar, error que ha conducido a muchas empresas familiares al fracaso. Usted me ha dicho que considere que ya no tengo familia, por el hecho de haber reclamado lo que yo considero justo, y haber sido sentenciado a mi favor por un juez de la república en primera instancia.
Empresa y familia tienen objetivos distintos y cada una debe ser gestionada de acuerdo a ellos, mientras la empresa busca la rentabilidad y la solidez, la familia busca la sostenibilidad y el apoyo mutuo entre sus miembros. Qué bueno que usted reconsiderara su posición y diera el ejemplo ante toda la familia de tener la calma y la conciencia crítica suficiente para entender la diferencia y dejarla como la mejor herencia a las siguientes generaciones.
Con afecto.
Jorge

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